
Agrimbau y Varela abren Fierro con un lujo narrativo
¡Pam! Un disparo se lleva un personaje de Fantagás. ¡Pam! Alguien despierta en Nocturno. ¡Pam! Una chica sufre afasia. ¡Pam!
El golpe pone a correr la sangre. Corre por las venas. Por el suelo. Curiosamente, apenas corre por las páginas del #26 de Fierro que se contenta con presentar apenas un escueto tiroteo. Pero eso no importa, porque Juan Sasturain, Lautaro Ortiz y su troupe de colaboradores lograron una de las entregas más sólidas de esta nueva etapa de la revista.
El golpazo a la cabeza del lector arranca desde la tapa protagonizada por Agapito, el personaje de Fayó que llegó de las brumas del tiempo para quedarse en las páginas de la antología mensual clásica de la historieta argentina.
El apartado de humor gráfico se lo reparten entre Ciudad Jardín (Jorh e Iñaki), Damián Zain (que debe haberle hecho atragantar las papas fritas a más de un puritano), Sergio Langer y el brasileño Iturrusgarai (que parece dispuesto a servir de catarsis a todos los lectores).
Pero la revista empieza con Afasia, un relato autoconclusivo brillante de Diego Agrimbau y Lucas Varela, narrado con un aprovechamiento de los recursos plásticos de este último que impresiona. Cada parte de la viñeta parece dispuesta a convertirse en un cuadro de texto o en un globito de diálogo. Una dupla soberbia para despertar al lector que pudiera aún estar aletargado.
Lo sigue en la categoría «relatos con continuará» Carlos Nine, a quien le prestan una docena de páginas para que desarrolle una escena entera, redonda y dinámica del volumen II de Fantagás (¡qué sorpresa decir «dinámica» de una historia protagonizada por un sillón!). El Luis XV está metidito de lleno en una orgía gloriosamente repugnante.

Minaverry lleva su historia al Ezeiza de los '60
Uno que sube el listón es Minaverry. Si en la reseña anterior de la revista aquí en Cuadritos se le criticaba cierta vacilación y quietud a la historia, aquí la ceja enarcada desaparece: el impulso del número pasado termina de concretarse y la protagonista avanza para hacer. Valdría preguntarse por qué tanta introducción, claro, y en un lugar tan lejano a donde la historia se trasladó, pero…

Miss Marzo es Mafalda, según Parés
El que también pone cosas a suceder es Salvador Sanz, con una revelación muy a lo matrix en su aclamada Nocturno. Pero que nadie lo acuse, Sanz no deja de ser él mismo y revisita su modelo narrativo predilecto, el del choque de dimensiones, como hiciera en Desfigurado (que ya puestos, fue una suerte de Matrix oscura antes de Matrix-Wachovski) o en Legión.
El largo periplo del marinero Barragán pergeñado por Calvi para su Altavista finalmente culmina, con una carta en la que el protagonista parece explicarle a su pasado por qué fuga hacia el futuro. De paso, más de un punto oscuro cobra sentido. Y otra carta de su autor adelantando lo que se viene.
Y para quienes no están conformes o prefieren las historias autoconclusivas, ahí andan el aplomado Agapito, Mauco Sosa presentándonos a Eulalio Grotowsky, un Max Cachima desconcertante, el delirio mingito-generacional de Gustavo Sala, y la poesía adolescente y sutil de El Tomi con su Lector dormido.
Mención especial, también, al homenaje de Sposito y Maicas a Shakespeare con su La Calavera de Hamlet.
¿Y el suplemento Picado Grueso? Pues no viene, pero no se extraña. Porque Parés se destapó con una docena de impresionantes ilustraciones cual almanaque pin-up donde recorre varias glorias de la historieta argentina en poses más explícitas que sugerentes.
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Un fierrazo por la cabeza | Cuadritos, periodismo de historieta
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