Mucho más que valor documental y comercial

Para quienes gusten de los trailers, dos adelantos del film acompañan la nota.

Astroboy, en versión local, de la mano de Deux Studio

Pasaron casi 60 años de su primera aparición y claro, hoy Astroboy hasta parece ingenuo. Ese robot con aspecto de niño, con el rostro marcado por dos ojos enormes y el pelo eternamente fijo, ese androide indefectiblemente buenazo, ese Pinocho japonés, ese personaje fundamental del manga, es de una inocencia extemporánea.

Así las cosas, y sabiendo que fue publicado en los albores de la década del ’50, es fácil caer en una mirada acotada a la inminencia del lanzamiento de su flamante versión cinematográfica (en el norte está programada para octubre de este año, aunque en Argentina aún no tiene fecha confirmada). Pero no hay que caer en eso.

Tampoco hay que limitarse a su indudable valor documental, ya que se trata del manga que forjó las pautas de su medio tal como las conocemos hoy. La edición de Deux Studio realza este valor histórico al incluir los inserts explicativos que Osamu Tezuka, su autor, agregó a las viñetas originales cuando reeditó dos décadas después de su primera aparición las aventuras de uno de los androides más famosos del mundo.

Pero no hay que detenerse sólo en esos dos aspectos, porque más allá de esas fortalezas de Astroboy como producto, aún hoy es un manga que conserva muchos de los méritos que lo convirtieron en heraldo del talento historietístico japonés.

Tezuka consiguió en Astroboy una poderosa síntesis narrativa apoyada en dibujos despojados y en caricaturas esencialistas de sus personajes. Con ellos narró tramas complejas de un modo asequible a un público muy amplio, pero primariamente infantil. El elenco estelar de la serie no es uno de complejas psiquis. No necesita personajes hipertrabajados para evitar caer en la chatura y el estereotipo. Es cierto que con Astroboy Tezuka anda siempre en los márgenes, pero jamás cae a ese foso: lo salvan una profunda sensibilidad y la ternura irrefutable de su protagonista.

En lo estético, el estilo despojado se descubre en los fondos nunca barrocos, pensados como marco general de una acción y no como un personaje en sí mismo. Cuando quiere que el ambiente cobre relevancia, su autor pasa a los planos generales y consigue, en dos trazos, pintar un mundo, una tormenta de nieve, una batalla espacial. Lo dicho: un lujo de síntesis.

La influencia de Disney, de la que Tezuka era profundo admirador, también está a la vista en los gestos y el modo de caracterización de los personajes, a un tiempo tradicionales y edulcorados.

Los diálogos merecen un párrafo aparte. Cualquiera que haya visto dibujos animados en la década del ’80 recordará esas líneas ingenuas, rayanas en lo cursi, que caracterizaban las producciones de la época. Es difícil no recordar esos momentos al leer la edición local de Astroboy, aunque -afortunadamente- la traducción se mantiene en márgenes de sobriedad más que aceptables.

El único reparo que se podría hacer a este libro es su continuidad. Aunque hace un tiempo la editorial anunció que ya había entrado en imprenta el segundo tomo, aún no hubo noticias de su publicación. Es una buena ocasión para que Deux dé un paso al frente y se haga cargo de un buen lugar en la escena editorial local. Con un poco de fortuna y regularidad, Astroboy tiene el potencial de convertirse en un buen caballito de batalla. Ahora hay que ver si el niño lleva a volar a sus padres.