Correcto y tradicional

Python vuelve a los kioscos, a la tierra de sus creadores y a una aventura más tradiconal

La historia es tan clásica que los narcos que la pueblan trafican cocaína, esa droga tan habitual a mediados de los años ’90, cuando sus autores pergeñaron Python en El Tony, de la extinta editorial Columba. Ese pequeño signo, que se empieza a intuir desde la portada, devela lo que sigue luego: un guión de aventuras clásico, heredero de otras épocas de la historieta argentina, bien lejanas al siglo XXI de pastillas sintéticas (en el campo del dopaje) y de las viñetas de autor en las lides del cómic argentino.

Python #1: La santa blanca retoma al personaje aparecido durante la última etapa de El Tony, creado por Dave Silverberg y Sergio Ibáñez (el mismo que ilustra Nahuel Puma en Comic.ar). Allí el protagonista -quien daba nombre a la serie- era un mutante que vivía aventuras variopintas, ambientadas casi invariablemente en Estados Unidos. Aunque el título empezó siendo una historieta de acción clásica, pronto comenzó a incluir elementos de terror, drama y comedia que la distinguieron dentro de la publicación. Más de una década después del fin de la revista que la cobijaba, los autores retomaron a ese mutante de bandana roja y sobretodo. El resultado es la publicación que está en los kioscos (interesados, conviene apurar la compra, pues se estima que se retirará de los escaparates el próximo 6 de febrero y luego habrá que esperar para el segundo número).

En esta ocasión, ya libres de las exigencias editoriales de Columba, los autores trasladan la acción a un país latinoamericano indeterminado que puede ser fácilmente identificado como Argentina gracias a las botellas de cerveza. Ahí está Python, sumido en una depresión, viviendo en un sucucho infecto y en la abulia más atroz. Su viejo amigo Splinter viene al rescate. Le pide que ayude a un sobrino que se ha metido accidentalmente en un problema con los narcos. El auténtico problema, descubrirá enseguida Splinter, es que el héroe ayuda al «sobrino» equivocado.

El dibujo corre por cuenta de Blasón Studio, de buen desempeño

A partir de allí se suceden una serie de enredos que involucran a auténticos narcotraficantes, sobrinos verdaderos y falsos, un cura y una misteriosa «santa blanca», suerte de «espíritu de la merca» que castiga a quienes se la roban a su legítimo dueño (un narco, claro).

Los ingredientes alcanzan para conformar una historia argumentalmente sólida, de género, durante 28 páginas. El relato no es pretencioso. Apunta a entretener y lo logra sobradamente. No intenta encontrar el sentido de la vida (ni de una vida), sino sólo contar una aventura corta, pero lo hace bien. El ritmo narrativo es correcto, cada página hace avanzar el relato y en ningún momento aburre. Eso sí, acá no se va a encontrar ninguna revelación, ninguna genialidad ni lujo de guión. Es sólo una historieta pasatista bien hecha y autoconclusiva a la que sólo se le puede reprochar algunos cuadros de texto excesivamente rimbombantes.

El dibujo está muy bien, eso sí, y aquí se nota la práctica constante que ha tenido Ibáñez poniendo sus lápices al servicio del Viejo Mundo. Abundan los planos que hacen recordar al cine de acción contemporáneo (secuencias enteras podrían salir del story board de cualquier película de tiros actual) y buena parte del ambiente hace recordar, no a Buenos Aires, sino a esos paisajes colombianos o mexicanos que muestran los films hollywoodenses donde los malos son narcos.

El único punto flojo del dibujo está en los fondos, que no son en absoluto detallados y le quitan al relato, personalidad, a Ibáñez, la posibilidad de lucirse, y al lector, la de apreciar su talento como dibujante. Es cierto que, a la vez, esto brinda cierta universalidad a la historia, pues el lector podría imaginar que sucede en cualquier campo sudaca.

Los rubros técnicos se completan con el coloreado de Blasón Studio, responsabilidad de Wally Gómez y Nahuel Ventura, que hacen un buen trabajo que realza los ambientes y sostiene bien el trabajo de Ibáñez sin taparlo.

De yapa, la revista se completa con una historia corta de cuatro páginas titulada Fue usté, Phyton, una suerte de dramón sobrenatural bien resuelto.