Volver a la fantasía

La historia comienza con la marcha de un ejército, dibujada por Aballay

En el país no hay muchas oportunidades de leer lo que los plumines argentinos producen para el mercado italiano. Uno de los pocos espacios abiertos a esa producción es Magma, que en sus distintas encarnaciones suele presentar material que los autores locales ya publicaron en la península. En todo caso, allí funciona como estrategia para bajar costos y poder sacar la revista a la calle. Por eso es destacable la aparición de Los Hermanos, bajo el sello patagónico La Duendes, que recopila una miniserie entera publicada en el Viejo Mundo bajo el formato de libro. La historia, escrita por Ricardo Ferrari y dibujada por Diego Aballay, significó el ingreso del joven dibujante a Eura Editoriale.

Los hermanos es un relato fantástico bien clásico y narra la vida de cinco huérfanos que, separados cuando niños por una matanza, vuelven a unirse por obra del destino (y una profecía) para derrocar a un gobierno tiránico. Hasta allí, una historia sin mayores innovaciones. Lo que la destaca es su buen ritmo, alguna pequeña vuelta de tuerca y cierta lógica herencia oesterheldiana en el protagonismo del grupo, en detrimento del héroe individual.

En este sentido, el libro también es una rareza, pues si uno mira los libros de historieta publicados en el país en el último tiempo, hay muy pocos «de género», y ninguno, si acaso, es de fantasía heróica. La Duendes cubre así un bache importante, con un género que tiene éxito en todos los mercados importantes de las viñetas: Estados Unidos, Francia, Italia y Japón, y que aquí muchas veces es injustamente pasado por alto.

Portada promocional de Los Hermanos, editado por La Duendes

Aunque el de Ferrari y Aballay es un mundo mágico, los hechizos no pierden la cualidad misteriosa que los caracteriza. No hay brujas maldiciendo a diestra y siniestra, ni magos herméticos quemando todo con enormes bolas de fuego. Aquí la magia es algo más sutil y siempre más escabroza. En todo caso, tiene un costo: perder la vista o la boca. El mundo de la dupla es más crudo. Hay unos reptiles voladores, que no son dragones y se parecen bastante a pterodáctilos. Hay seres extraños, semejantes a orcos, pero ocupan un papel secundario en el relato. Son decorado para la historia de un viaje (elemento fundamental del género).

El trabajo de Aballay es bueno. No le teme a los planos generales ni a hacer fondos detallados cuando la historia lo requiere, pero los deja de lado en pos de la acción cuando el texto lo llama. Vale poner el ojo, además, sobre la caracterización que hace de sus personajes centrales, pues es medida: evita esos físicos imposiblemente ridículos llenos de músculos cuya inexistencia es dable dudar y, ¡sorpresa!, da a la guerrera del grupo una armadura que efectivamente le protege el cuerpo, y no una que deja toda su piel al descubierto.

Además, el dibujante encontró el tono justo para el rostro del hermano «simple», un grandote bonachón y algo corto de entendederas, cuya poca inteligencia aparece plasmada, pero no por ello caricaturizada o convertida en un grotesco de sí misma.

Finalmente, está simpática la selección de bestias: a los pterodáctilos hay que sumar camaleones gigantezcos (y carnívoros) que son empáticos con sus entrenadores y unos pulpos psíquicos que actúan al máximo de su poder cuando se apretujan entre sí.