¿Quién es Luciano Saracino?

Catorce horas por día escribiendo, la única receta de Saracino

Dos años atrás, poco se sabía de Luciano Saracino. Apenas un libro, editado por Deux Studios, daba cuenta de su existencia historietística: King Cop. Había sido publicado un par de años antes en Francia junto a Omar Hechtenkopf. Sin embargo, el 2010 fue de despegue para el guionista y escritor de Parque Avellaneda. Publicó su primera serie en la revista Fierro, lanzó al mercado varios títulos, preparó otros que saldrán durante esta flamante docena de meses. También durante 2010 dio su primera charla, sobre historieta para niños, en compañía de varios pesos pesados del ambiente: Carlos Trillo, César da Col, Liniers, Eduardo Maicas y Diego Agrimbau.

«¿Cómo se llamaba este pibe?», cuenta que escuchó a Trillo preguntarle por lo bajo a otro de sus compañeros de mesa al momento de firmarle su ejemplar de El último recreo. «Caí en un paracaídas en ese mesa», reflexiona y confiesa que le «temblaban las piernas» sentado junto al autor de tantas de sus lecturas juveniles. Por eso señala una platea imaginaria acotando que «tenía que estar ahí abajo, escuchando, preguntando, emocionándome con lo que ellos contaban».

Lector impenitente de historietas y guionista vocacional, asegura que se acercó al medio por fuera del circuito.»Yo siempre quise hacer historieta y desde que tengo cinco años las leo», dice. «Empecé con las colecciones de mi viejo, El Tony, Skorpio, El Eternauta encuadernado por mi viejo desde las Hora Cero originales, las Anteojito que te publicaban dentro a (Quique) Alcatena, la Humi que tenía a (Carlos) Nine y los hermanos mayores que se compraban la Fierro y entonces uno ya de pibe veía esas tetas de Altuna o leía al Corto Maltés», da cuenta de su escuela.

King Cop fue su primera publicación historietística

Sus contemporáneos, sin embargo, tampoco le son ajenos: «los Jok, los Agrimbau, los Ginevra, los Mallea, yo era lector de ellos, tenemos la misma edad y no los conocía, de esa generación yo era lector y admirador». Saracino tiene 32 años, apenas un par menos que aquellos a quienes menciona. «El día que me encontré con Ginevra por primera vez, por una cuestión concreta de laburo, le di sus libros para que me los firme. Soy ese tipo de autor. Yo tengo todos los libros publicados que tengo, pero cuando me encuentro con Diego Agrimbau a mí se me caen los pantalones. Cuando me encuentro con Max Aguirre, le llevo los libros que tengo de él para que me los firme. Después hablaremos de laburos en conjunto y lo que sea».

¿Cómo se incorporó al circuito? Saracino asegura provocativo que, «a diferencia de muchos» hizo un camino distinto. «Hay gente que primero se encarga de mostrarse: va a exposiciones, convenciones y charlas, y está quien primero se pone a escribir», dispara, «yo estuve tres años encerrado escribiendo catorce horas por día».

¿No es excesiva esa cantidad de tiempo? El entrevistado da ejemplos concretos de cómo pierde noción del reloj cuando está tipeando. «Bajo del estudio a las dos de la mañana, todas las noches me cierran los chinos de la vuelta de casa y no me di cuenta. Miro el relojito de la computadora, se pasó la hora de hacer las compras y otra vez no tengo nada para cenar», grafica. «Fue en la Alianza Francesa cuando salí a la calle a ver qué pasaba y quiénes eran los demás». Entonces, destaca, los encontró amigables y descubrió que podía tener vínculos con el circuito «de escritores, dibujantes y periodistas del mundo de la historieta».

Tres años sentado escribiendo y, sobre todo, «mil no antes del primer sí» están detrás de su carrera profesional. «Me fui con una carpeta a Boloña en el 2002, para probar», recuerda, «me recorrí todos los stands de la Feria fracasando estruendosamente: no me lo compró nadie». Un año más tarde, indocumentado y sin pasaporte pudo juntar la plata para volverse desde Las Canarias, donde había quedado varado. Luego, lentamente, empezó a publicar libros. Los primeros de literatura infantil, otra de sus grandes pasiones.

«Se dio llevando trabajos a todos los editores, pero antes de publicar el primer libro todas las editoriales en Boloña me dijeron que no», apunta. «Ninguna de mis carpetas de esa época se publicó, y eran proyectos que los veo hoy y eran una cagada, uno empieza a lo grande, con sagas interminables y ángeles que bajan a la tierra, pero está bueno que te digan pibe, empezate con algo más humilde, qué sé yo, hacete un libro de 46 páginas, no una serie de 45 libros de 100 páginas cada uno, porque así no te va a publicar nadie».

Fede, protagonista de ¡Hay que salvar a Tomate!

Guionista y escritor, no se decanta por ninguna de las dos facetas. «Yo todavía no pude decir me dedico a hacer novelas gráficas, porque no tengo una sola pasión: me encanta hacer libros para chicos y me encanta hacer historietas, así que vamos a hacer las dos cosas. Y ahora estoy viendo a ver qué pasa con el cine, que es una gran deuda».

Saracino asegura que lo motiva hablar de los temas difíciles en sus libros. «En algunos de mis libros infantiles me gusta tocar temas que ni el editor sabe que estoy tocando» y enumera títulos para chicos que hablan sobre el Alzheimer, los desaparecidos o el capitalismo. «Los temas aparecen todo el tiempo en el noticiero, caminando por la calle, en un comentario en una cena de amigos, y si eso se puede tocar, hace que yo inmediatamente me ponga a escribir un libro sobre ese tema». Con su libro sobre el Alzheimer, cuenta, todas las semanas le escriben madres de chicos de jardín de infantes agradeciéndole porque gracias a su relato pudieron hablar sobre los olvidos del abuelo. «¿Por qué no se hizo antes?», cuestiona. «Porque los editores consideran que esos temas no se tocan, entonces tenés que mentirles y hacerlo igual», se responde a sí mismo.

«Mis temas salen de acá, de mi contexto concreto. Cuando escribí King Cop, que es un gorila policía, en Francia las críticas hablaron de un nuevo Spawn, a nadie se le ocurrió que en Argentina había una lectura política, pero cuando salió acá a nadie se le ocurrió que podía haber otra lectura que no fuese política».

El personaje a partir del cual Ortiz le pidió una historia para la Fierro

Recientemente publicó ¡Hay que salvar a Tomate!, una novela gráfica para niños en compañía de Gerardo Baró cuyo laburo «es una absoluta maravilla», elogia el guionista. El libro fue elegido por la editorial Pictus para inaugurar su colección Factor Fantasía. «Uno siempre se acuerda de cómo escribió cada libro. Este lo hice cagándome de la risa», asegura, «es un libro donde una cosa traía la otra y esa la siguiente, un placerazo».

En camino hay otros dos. Corina y el Pistolero, es uno. Se trata de un western fantástico publicado originalmente en España junto a Infame & Co. El otro es El Feo, otra colaboración con Hechtenkopf. Esta es la serie que se publicó en Fierro, pero que -explica Saracino– en el libro se leerá completa porque en la revista hubo que recortarla para que entrara en los capítulos que requerían los editores. «Hacerla fue salir a jugar en primera división, aunque sea con un equipo que pelea el descenso, fue asomar la cabeza y ver que a muchos les había gustado y para otros era una cagada», destaca.

Si Tomate fue pura diversión, El Feo supuso otra clase de intensidad. «La Fierro salía el sábado y yo el viernes anterior no dormía», jura, «nació de un dibujo que le gustó a Lautaro Ortiz y me pidió una historia con eso, así que fue buscar una historia para ese dibujo y aprender a narrar en capítulos de seis páginas que terminen, porque yo no quería hacer historietas que continúen y después no se entiendan». No es poco. En un circuito sobre el que muchos aseguran que «no hay guionistas», Saracino asoma como una pluma dispuesta a traer relatos nuevos a la historieta argentina.