Cuadritos, periodismo de historieta

May 22, 2011

Buenos Aires, como la mira José Muñoz

Filed under: Cómic argentino,Entrevistas — Andrés Valenzuela @ 10:00 am
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Esta es la entrevista #100 en Cuadritos. El entrevistado, un autor excepcional del noveno arte argentino: José Muñoz, quien aborda muchos temas. Reflexiona sobre la cuestión de la identidad. Recuerda la buenos Aires que abandonó a comienzos de los ’70 y la que lo crío décadas antes. Piensa en el tango y sus imágenes. Pareciera, incluso, que no habla de historieta. Pero sí habla, sólo que no es tan explícito en estos párrafos como en la segunda parte del reportaje. Alcanza con prestar atención.

Muñoz se enamoró de la historieta, "la mujer equivocada". Y ella "le dio bola".

Como cartógrafo experto, José Muñoz traza un mapa de sí mismo. Lo dibuja hablando, aunque la mancha de tinta en el pulgar de su mano izquierda haga suponer que son sus manos las que trabajan. Pero no, sus instrumentos permanecen ociosos, con una hoja de papel apoyada en un tablero improvisado y el piso del departamento en el barrio de Retiro cubierto de papel de diario. Muñoz habla con esa voz hipnótica, grave, fascinante. Ríe sosteniendo el cigarrillo con ese pulgar entintado y otros dos dedos, como si sostuviera levemente un pincel con la palma hacia abajo.

En casi dos horas de entrevista, el compañero ya inseparable de Carlos Sampayo une su vida y su obra. No hace falta deslizar muchas preguntas. Él sabe qué cuestiones explorar. Presta atención y capta el arqueo de cejas espontáneo que le indica un rumbo de interés. Está acostumbrado a mirar. No lo dice, pero se revela a sí mismo cuando describe la luz porteña, la iconografía tanguera, de política, cuando recuerda sus días en Sitges, su encuentro con el guionista, las películas que le gustaban, los años tenebrosos del país y sus propios años oscuros, la comuna hippie en la que vivió. Muñoz se narra a sí mismo.

«Cuando vengo en estos abriles veo esta luz perfecta que entra, que refleja, sisea, es cristalina», mira el sol que se filtra entre las cúpulas de los edificios. Más tarde, al momento de las fotos, señalará a un lado y al otro el brillo de la tarde sobre tejados y balcones. La excusa del encuentro es su Carlos Gardel, ese que junto a Sampayo les valió el Grand Prix del festival de Angoulême en 2006 y que aquí fue reconocido hace dos meses por la fundación Alija. Es la excusa, claro, pero como la obra concentra lo principal de las inquietudes e intereses artísticas de la dupla, la entrevista adquire múltiples rumbos y resulta necesario hablar primero de esa ciudad que Muñoz dibuja verdadera en sus viñetas.

«Buenos Aires es una gran narración, la narración en la cual yo nací», comienza y advierte que ese relato porteño tiene para él múltiples fuentes «por personas reales, porque he vivido yo y todos mis amigos, la gente que se ha ido, la gente que se ha quedado y la que ya no está más». La urbe es «una especie de colección de almas que en esta ciudad han vivido, creado, reído, sufrido y muerto, un alma colectiva que baila viajando por estas luces que me enceguecen, que yo entreveo parpadeando y que importa poco si todo esto es cierto o no».

"Buenos Aires es la gran narración en la que yo nací"

Además, explica que en ocasiones siente la ciudad suspendida en el tiempo, enclavada en esos comienzos de la década del ’70 en que la abandonó «antes del aquelarre» y que desde allí mira aún más al pasado, a los años de Gardel, y más al presente, al sol que se filtra en la ventana. «Me empecé a pensar como un observador a mitad de camino, con el pibe de los años 60, 70, que se trajo una Buenos Aires cristalizada y desde ella mira», reflexiona, «una ciudad que fue muy tanguera, aunque no tanto como en los 40 o 50, pero que tenía aún mucha presencia de ese pasado magníficamente dibujado».

«Me fui de aquí no muy tanguero y no muy gardeliano, pero llevaba conmigo todo el depósito de la excelencia, de la alegría y también de los límites de esa creación colectiva, con los defectos y virtudes que puede tener toda obra humana, simientes que finalmente florecieron en mí en tierra extranjera», rememora Muñoz. «Del tango se pueden criticar muchas cosas, no sé: cuestiones de composición narrativa, sus obsesiones, pero las joyas que tiene desde lo musical, lírico, vocalmente, como escritores y compositores son…», busca la palabra y desiste, «te marean, ves el paisaje y son destellos de excelencia, como luce Buenos Aires cuando llegás volando de noche».

Finalmente pudieron encarar «el Gardel» -como llama a esa novela gráfica- cuando se sintió capaz de homenajear, agradecer «e inclusive pedir refugio» en el relato del tango, del que se había alejado «rockanrolleadamente» en su juventud. Un trabajo que, asegura, sólo se puede dibujar «desde el afecto», al que considera una forma mucho más inteligente de hablar que «el egocentrismo nacional, la exhibición viril estéril, la ignorancia entrecruzada, que es la enfermedad preferida de los nacionalistas».

«Esto que Argentina nos propuso fue una especie de base cosmopolita de aceptación, entrelazados y de convivencia mutua de diferentes etnias», dice y pronuncia «etnías», con tilde, apenas revelando en ese gesto verbal, en algunas construcciones de sus frases, toda la influencia de alguna de sus tantas lenguas adoptivas. Quizás por eso mismo, Muñoz entiende ese agregado de orígenes en el acervo nacional como una suma y no como una resta.

Tener «tantas identidades», entiende, es un «privilegio». Cuestiona. «¿Viste que hay quien quiere tener una identidad única, reconocible, empaquetada? Nosotros somos una recolección de fragmentos identitarios aquí en nuestro pueblo, en nuestra ciudad, en nuestra América, que han trabajado y dado frutos extraños, matices, somos frutos de matices entremezclados», considera y agrega que «si miramos nuestra identidad desde el egocentrismo ignorante y nacionalista, ahí sí nos faltaría una identidad, pero todo este viaje argentino es comprensible sólo a partir de la cantidad de elementos que se han sumado a este encuentro identitario: todas estas culturas fruto de la inmigración ha sido una mezcla demasiado compleja en la que yo creo que es mejor nadar y dejarse llevar por ella, porque luego sucede en el mundo que se empiezan a fragmentar las etnías, los barrios, las calles y las familias, y están todos reclamando una identidad única que los proteja de sí mismos».

En Precinto 56 Muñoz se encontró con "la noche y los paisajes urbanos"

«Nuestro relato -el de la identidad argentina- está un poco desilachado», evalúa Muñoz, «pero no sucede sólo aquí, en otros lados del mundo con historias e identidad escritas, con posesiones de la tierra y concentraciones de personas casadas entre sí por milenios, y que han formado una cultura, allí también hay falta de relato, poca contención narrativa, se ve en la política». Para el entrevistado, la solución a esta desintegración radica, como sus páginas y sus tintas, en el afecto. «Creo que es la corriente principal de pensamiento que nos puede llegar a sacar de este momento, de este lugar sumamente estéril».

Además, es justamente esa multiplicidad de identidades en el origen la que lo lleva a expresarse. «Uno es resultado de las cosas que le han pasado, de un contexto determinado, y si yo hablo esta lengua, si hablo de los cachos de sol de la vereda y del alma de la ribera que recorría Gardel, de la avenida San Martín, de Terrero, de Bolivia y Arregui, de Morelos al 1800, del pago de Pilar y de las pampas, es porque ahí mamé, de ahí vengo, soy también ellos, todo eso es identidad maravillada y agradecida». La voz grave remarca la cadencia, cobra intensidad y cuenta, entonces, que en estos abriles porteños que viene de visita, vuelve «a la Paternal, a Villa del Parque, y al bar La Andaluza que tenían mis abuelos ahí mis abuelos, ahí en Camarones y la avenida San Martín, me siento, pido un café, miro entrar y salir a los veteranos del ultratango, vejetes de 80 años que juegan al dominó en shortcitos, me los imagino jóvenes, entro a hablar con ellos, les cuento que soy hijo de los Muñoz y encuentro alguno que aún se acuerda, se reanuda el diálogo, saco mis hilitos de colores y los recuerdos reviven. Tengo que confesar que me junan un poco raro,  el jazz, el rock y el cosmopolitismo amoral y apátrida han dejado evidentes huellas en mí, por ahí me consideran un rarito y, además, quizás lo sea nomás, que sé yo».

Sucede, además, que sus relatos tienen otro humus. Esos que hizo con Sampayo (Alack Sinner, Sudor Sudaca, otros), sí, pero también esos que disfrutó en Precinto 56 con Ray Collins y los que no lo dejaban satisfecho en los rincones de la Fleetway. Un humus que sale de las lecturas, de horas de películas en las que miraba cintas «hasta lo inveíble», de los reproches del maestro Humberto Cerantonio contra la historieta, de la adolescencia y joven adultez como ayudente de Francisco Solano López. Y un abono más denso, más difícil, que es el que surge de la mirada política sobre la realidad, de los dolores y horrores nacionales, de recuerdos propios y ajenos.

«Estos últimos cuarenta años de sucesión narrativa en Argentina han sido una serie de desastres descomunales, con toda la disgregación, el resentimiento, la hipocresía, la cerrazón de sectores unos con otros, las disputas por el poder puro; es la historia con nuestras estupideces, nuestros límites, nuestra maldad, nuestra avidez, nuestro miedo de morir, es el animal humano frágil y egocéntrico. La historia moja su pluma en carne, en sangre. ¿Cómo se podría hacer para escaparse de esa historia sin huir de uno mismo? No creo que pueda hacerse. Entonces queda en el medio mi delirio artístico-artesanal, con todo mi amor, emoción, carencias y defectos, en esta búsqueda de excelencia, del producto bien terminado. Por lo tanto soy un refugiado político, postpolítico, amoroso, posthistórico, en el dibujo, en las artes, en la historieta. Me siento como esa cornetita que canta el tango de los años ’20, ’30».

Al comienzo, cuenta, no conseguí resolver los pómulos de Alack Sinner

Cuando dejó Argentina, Muñoz voló a Inglaterra. Tenía 29 años había trabajado a intervalos en el estudio de Solano López. Lo único que cambiaría con el aire iba a ser la serie de turno, porque siguió trabajando con guiones de la Fleetway y seguían pidiéndole el estilo del dibujante de El Eternauta. «Estaba un poco tristón porque no encontraba una forma de expresarme», desliza y recuerda que entonces llegó la debacle, su crisis, su divorcio y un paso por una comuna hippie llena de gente, conversaciones y jornadas interesantes. Cuando esa experiencia se terminó, volvió al dibujo de la mano de su amigo Zárate, quien le presentó a Sampayo. Con él, magia, fulgor y predestinación.

«En la costa catalana le conté las cosas que había hecho acá, en Argentina, y que me interesaban, porque aquí en Misterix yo había trabajado con Ray Collins haciendo Precinto 56 y encontré el ambiente urbano, en el blanco y negro, en los trajes y camisas, corbatas, las pequeñas arruguitas de la ropa». No fue lo único que descubrió, y su enumeración avanza sobre la arquitectura y los dibujantes norteamericanos.»Murphy», alcanza a decir antes de entusiasmarse en una catarata de detalles. «Toda una serie de elementos que en esa serie empecé a meter juntos y me daba una gran alegría, un gran deseo: la urbe, los atardeceres, los rascacielos, las ventanas ahí arriba». En Precinto 56, recuerda, empezó a dibujar la noche y el callejón peligroso. «Con Zárate, luego, nos la pasábamos haciendo tachos de basura, faroles y delincuentes juveniles, porque estábamos en la época en la que el producto fundamental de Hollywood era la rebeldía juvenil».

Fueron años de formarse políticamente, también. «Lo que yo percibí fue toda la complejidad y excitación cultural de aquella Argentina y aquella Buenos Aires que sistemáticamente, cada tanto, han tratado de ahogar, en los ’70 fue el golpe más fuerte, del sector retrógrado, conservador, ininteligente, estúpido, latifundista, odiador de los inmigrantes y las manifestaciones de la cultura. La historieta me sacó de ese brete», reflexiona. Lo sacó llevándoselo a las calles anglosajonas y luego reuniéndolo con Sampayo. «Cuando nos conocimos empezó otra vez el deseo de lo urbano, del policial, y toda esa formación política, social, esa muchachada nocturna y universitaria, esa loca bohemia hiperpolitizada, subtribus peronistas a rolete, muchachada logocéntrica, artística, nocturna, pálida, periodística, el sindicato de Prensa, los obreros gráficos, las juventudes universitarias, el psicoanálisis y las chicas contribuyeron a dibujarme, enriquecieron mi comprensión, mi interès y mi consiguiente perplejidad. Hoy encuentro también que esa Buenos Aires produjo una serie de artículos humanos notables».

Claro que el trabajo directo sobre la realidad nacional no pudo ser inmediato. «En esos años oscuros, el 77, 78, 79, 80, estábamos radicados en nuestro imaginario, muy consustanciados y con muchas dificultades para pensar la Argentina», repasa, «estábamos laburando a los EE. UU, creando a Alack que, entre otras cosas, fue el refugio en el que nos guarecimos cuando se desencadenó la tempestad de sangre argentina, estábamos abrumados, Alack nos sostuvo, no podíamos ni siquiera tener una mìnima idea  como para entrar en este dolor que nos superaba y trabajarlo con la palabra y con la pluma». El horror asfixiante empezó a ceder en los años siguientes. Y es entonces cuando, lentamente, empiezan a traer el relato a estas tierras. Desde aquellas otras, primero, porque aparece Sudor Sudaca. Y mucho más adelante se cristaliza Carlos Gardel. Pero eso es tema de la siguiente parte de esta entrevista. El próximo domingo.

Ya está publicada la segunda parte de la entrevista.

6 comentarios »

  1. Gran entrevista. Quiero la segunda parte, ya!

    Comentarios por Loris Z. — May 22, 2011 @ 3:52 pm | Responder

  2. Muy buena Andrés!. Esperamos ansiosos la segunda parte. Un abrazo enorme!

    Comentarios por Laura Vazquez — May 23, 2011 @ 10:52 am | Responder

  3. Lo bueno de José Muñoz para otro historietista es que él enseña siempre con sus trabajos y se aprende también cuando habla.

    Comentarios por H.Altuna — May 24, 2011 @ 3:54 am | Responder

  4. Magnífica entrevista. «Entonces queda en el medio mi delirio artístico-artesanal, con todo mi amor, emoción, carencias y defectos, en esta búsqueda de excelencia, del producto bien terminado.»
    Frase que tendríamos que imprimir en un cartel y tener siempre a la vista cuando trabajamos.

    Comentarios por FedericoR — May 24, 2011 @ 8:35 am | Responder

  5. […] — Andrés Valenzuela @ 10:00 am Tags: Carlos Gardel, Carlos Sampayo, José Muñoz El domingo pasado, José Muñoz recorrió algunos de los elementos fundamentales de su formación co…. La imaginería tanguera, los barrios de infancia y el aprendizaje político moldearon buena parte […]

    Pingback por Muñoz, tango e historieta « Cuadritos, periodismo de historieta — May 29, 2011 @ 8:53 pm | Responder


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