El humor como mítica y resistencia

Scalerandi, Souto y Santos, el trío fundador de la Lule Le Lele

En algún reportaje, El Bruno aseguró que diez años más tarde la revista Lule Le Lele sería «de culto». La predicción del creador de Escuela de Monstruos parece haberse adelantado bastante. Y lo corroboran la buena repercusión y el entusiasmo generado por la salida del primer libro del trío conformado por Martín Santos, Gastón Souto y Damián «el Polaco» Scalerandi. El tomo de «la Lule«, como suele decírsele cariñosamente, fue publicado por Deux Studio, fue pensado para celebrar la primera década de vida de la publicación.

«No estás vigente un poco y ya parece que te moriste», advierte el Polaco sobre el interregno que medió entre este libro y la última edición de la revista. Scalerandi desconfía un poco del estatuto «mítico» del que goza la Lule. «Sí creo que pequeñas cosas te legitiman, ponele, pasar de la revista al libro, que colegas a quienes la gente conoce y admira te acepten y participen, te legitima, que te edite otro, también», reflexiona, aunque destaca que más allá de estas instancias la publicación conserva «la misma libertad» que tenía en sus comienzos.

Algunas imágenes promocionales de Scuzzo. La revista tiene el apoyo de sus colegas.

Santos acuerda. «La libertad es la misma que si hubiéramos sacado nosotros el libro. El editor no se metió absolutamente en nada, nosotros le mandamos el paquete y él lo mandó a imprimir. Así de fácil y así de simple. Cosa que también está buena porque uno cae con un material que no es reedición ni algo que ya se haya vendido, y el tipo puso el gancho para sacarlo».

El panorama del sector, sin embargo, cambió mucho desde el nacimiento de la Lule Le Lele. Cuando apareció, el país estaba a punto de estallar («quizás hayamos tenido algo de culpa», bromea uno de ellos). Sus primeros números transcurrieron en un páramo desolado y entre su última entrega como revista y este libro el cambio es tal que el escenario parece haberse modificado varias veces. En ello, también, radica parte de su carácter mítico. «Cuando arrancamos no había muchas revistas de ese tipo, autoeditadas, en la calle y con distribuidor», recuerda Santos. Fierro no había vuelto a salir y Cazador había bajado la persiana hace rato, agregan. «Ahora hay un montón de revistas», es la evaluación conjunta.

El grupo ve la historieta humorística (y el humor gráfico) en franco crecimiento. Enumeran autores y títulos. «Y hay también publicaciones como la Papalú, o el espacio en Fierro, hay como una aceptación desde lo popular», evalúa Souto.

La tapa del último número lanzado en formato "revista"

En este sentido, para Souto la Lule funcionó también como espacio de resistencia. «Fue también un lugar para mantenernos unidos frente a un momento de la historieta, frente a la adversidad del mercado en el que no pasaba nada», recuerda. Scalerandi coincide y le suma otras dimensiones. «Resistir también en el sentido personal, en el artístico, en seguir aunque hagas algo que no compra nadie. Seguir aunque te digan que aflojes con esa incorrección, como varias veces nos pasó», señala.

El recuerdo dispará rápido la reacción de Souto. «Varias veces nos pasó que nos dijeran de ablandar el material para hacerlo más vendible, para tener más llegada», cuenta, «así que fue resistencia contra eso, y ahora también con la historieta más legitimada, que es la novela gráfica, que viene con otros conceptos que quizás no son los del humor». Para él, la Lule puede servir para reivindicar el humor «para un sector no tan intelectual».

¿Un contraste con las nuevas tendencias del humor gráfico?, intriga Cuadritos. «Puede ser, pero creo que es natural y nos surgió así, no fue planeado, tiene que ver con algo visceral que nos surge», responde Scalerandi. «Igual creo que en las historietas por más que te cagues de risa siempre se expresan ideans, conceptos, no intelectuales, pero sí propios que surgen y están ahí, traspasado por todo el humor».

Santos acompaña la idea. «Me parece lo visceral que es lo más interesante que tiene la Lule. Después está todo trabajado, pero lo visceral sigue ahí. Es una idea incorporada, pero muy adentro, y que vos plasmaste y recién después desarrollaste». El Polaco se entusiasma con la noción y agrega: «no estás proyectando para un público, para una persona determinada, para que le guste a tal o cual crítico, o en las tendencias, lo visceral es la historieta que vos tenés necesidad de ir sacando, no se quedan en la biblioteca de la cabeza de cada uno».

Y ahora, en libro

Santos recuerda los primeros tiempos de la revista, cuando el trío aún no se había despegado lo suficiente de su formación en Bellas Artes (eran compañeros en la Pueyrredón). «Hacíamos un humor muy sectario, muy críptico, muy interno, como entre nosotros. Lo leíamos y nos reíamos, y si después alguien de afuera lo agarraba, no le iba a causar gracia porque no entendía de qué hablábamos». En estos diez años, coinciden, fueron tomando conciencia de que la necesidad de que un tercero pueda «masticar» el material.

«Fue un proceso de aprendizaje en el que todavía seguimos», anota Souto, «en el que buscamos pasar de nuestra sensación, de nuestro goce estético personal, a que pueda ser leído y apreciado por un público más amplio, un lector con códigos de la historieta a los que quizás al principio no le dábamos tanta bolilla porque veníamos del ámbito del dibujo, y entonces no le dábamos tanta bola al guión. Pero ahora en esto trabajamos para poder transmitir con mayor libertad lo que sentimos».

En este proceso, destaca Santos, el deseo perenne de mejorar la calidad de la revista (sea en papel, color, técnica o distribución), también les abrió el panorama. «La cantidad de páginas nos sirvió mucho, por ejemplo, en las revistas siempre estábamos muy acotados, con cuatro o cinco páginas para cada uno. Ahora en el libro cada uno tuvo 21 y eso nos dio más vuelo para desarrollar las ideas».