¿Objetividad? «Narro como partícipe»

Davodeau, durante la inauguración de su exposición en la Alianza Francesa

Cuando leo algo, miro una película o escucho una historia, los relatos que más me tocan son aquellos en los que siento que lo que cuentan me podría haber pasado, o podría haber vivido yo», explica Etienne Davodeau media hora antes de la inauguración de su muestra Testimonios de resistencias en la Alianza Francesa (Av. Córdoba 946, Capital Federal).

Así, el francés, que viene de ser seleccionado entre los cinco «imprescindibles» del importantísimo festival de Angoulême por su Lulu femme nue, explica su llegada a la historieta realista y -dentro de ella- a su interesante cruza de géneros documentales y autobiográficos. «Tengo la sensación de que la historia que realmente llega al lector es la que parece factible, eso me llevó naturalmente a contar historias extraídas de la realidad», acota. Su propuesta de trabajo es casi una declaración de principios: «no busco divertir al lector, sino llegar a su parte sensible».

Para ello Davodeau abordó el ambiente que mejor conocía: su hogar en una zona del oeste francés caracterizada por sus barrios obreros, militantes y católicos. Aunque no era el proyecto inicial, finalmente decantó en el relato de la vida de sus padres. «Conté la historia de esa militancia, y naturalmente la de mis padres, pero no hago un retrato de ellos», el verdadero retrato -explica- es el de la misma actividad sindical. «Mis padres sólo son el hilo conductor de la narración».

«Cuando se los propuse ellos se negaron categóricamente, no querían de ninguna manera que los utilice en un libro porque ellos decían que no habían hecho nada que no hubieran hecho otros», recuerda. «Entonces les expliqué que justamente lo que me interesaba era que ellos no habían hecho nada más que otros, sino que habían hecho lo mismo que un montón más», cuenta y deja al descubierto uno de sus mecanismos narrativos: partir de un caso particular para narrar un espíritu de época, un mundo universal. «Trato de contar una historia personal en sus aspectos universales -reconoce- para que pueda llegar a todo tipo de gente».

Las luchas sociales son un tema central en las obras de Davodeau

De ese modo creó tres obras: La Mala Gente, Un hombre ha muerto, y Rural. La primera, la más centrada en la vida de sus padres, le valió múltiples elogios. «En ese libro frecuentemente recordé los grandes hechos históricos de la época, para contextualizarla lo máximo posible», comenta, «no quería que quede aislado en una nube».

Sin embargo, Davodeau asegura que no tiene una técnica preestablecida para crear sus obras. «Me lanzo al relato con mucha improvisación», destaca, «por eso muchas veces me pongo a mi mismo en las historietas, para decirle a la gente que eso que les estoy contando es algo que estoy descubriendo al mismo tiempo que lo cuento o que lo hago». Además, rehuye de las obsesiones objetivistas. «No soy historiador, yo hablo de una historia subjetiva, asumida como tal. De cualquier modo, no creo en la objetividad, prefiero la honestidad». Cuando hace estos libros «testimoniales», asegura, quiere dejar claro que no escribe «sobre» ellos sino «con» ellos.

Por todo esto, un comentarista español lo comparó con el célebre cineasta francés Claude Chabrol. Aunque lo «honra», Davodeau descarta la comparación. «Cuando Chabrol cuenta una historia mira una clase social, un medio, un entorno, una gente, pero lo ve como un entomologista, lo ve desde arriba mirando sus acciones, sus costumbres, sus pequeñas bajezas, esto me es útil, pero mi propuesta es totalmente distinta: yo narro como partícipe y con la gente que protagoniza esa historia».

Aunque en Viñetas Sueltas no hay material suyo a la venta, sí pueden leerse sus libros en la Mediateca de la Alianza Francesa (Av. Córdoba 946), donde también están expuestos originales de los tres álbumes antes citados. Se trata de trabajos hechos con el dilema de «ser un dibujante que ama dibujar, pero contando historieta, donde lo importante es narrar sin que el dibujo se interponga en la lectura».

«Hay que dejarle un lugar al lector, y darle la posibilidad de entender el relato sin distracciones», asegura.