La grilla de las actividades comiqueras de hoy en adelante, en el primer comentario del post.
Cuatro dibujantes argentinos dibujan en vivo en el stand de Israel
La mosca entra sin pagar los diez pesos de entrada. Entre el bullicio y la muchedumbre, el pequeño insecto de ojos multifacetados pasa desapercibido: es uno más entre otras decenas de miles de insectos que pulularán en el predio de La Rural entre el 23 de abril y el 11 de mayo. A esta mosca le interesan los cuadritos. Como puede ver páginas enteras a golpe de vista gracias a su mirada múltiple, le resulta más fácil -y práctica- su lectura. Esta, además, es una mosca veterana de la Feria del Libro.
Ya sabe dónde queda la mayoría de los stands, pero por las dudas, va a lo seguro: sigue a un par de chicas con pins de Sakura Card Captor hasta el stand de Ivrea (Azul #601). Pese a que es temprano y en años anteriores había muchos adolescentes en el espacio de la principal editorial de manga del país, este año la afluencia del público no es tanta. Una pena, posarse y comer algo de los dulces que los chicos compraban con plata de sus padres solía ser un excelente modo de comenzar la recorrida. La mosca escucha a un muchachito de no más de 13 años comentar que en la otra punta del predio hay otra editorial del género. ¿Estarán allí todos los chicos? (La mosca va a descubrir que no, pero aún no lo sabe).
Ya que está en el pabellón Azul, la mosca continúa su recorrido por los márgenes. Se pregunta por qué siempre los stands de historieta parecen quedar relegados a los espacios laterales del salón. ¿Serán los más baratos? ¿Será que ante la vista de los bares la gente se tienta y prefiere un cortado y un tostado antes que un libro y las grandes empresas rehuyen de esos sectores? No lo sabe. Pero hace una «parada técnica» en uno de esos bares (un bípedo invita sin saberlo) y luego sigue camino.
Lo primero que encuentra es un stand único subdividido (#119). La parte más grande le corresponde a Historietas Argentinas, que además se da el lujo de colgar de las paredes un extenso ploteo lleno de personajes. H.A. optimiza el espacio y hace de casi todo una batea. Expone un catálogo editorial propio y ajeno bastante grande que incluye varias de las últimas novedades: un montón de viñetas que la mosca aún no consumió (los saldos de cómic norteamericano viejo que infructuosamente algunas librerías tradicionales intentan liquidar la hartaron hace rato).
Hate le salva el ánimo a un vendedor (de pins)
En un rinconcito de ese stand está el espacio de Deux Studio. Un reducto pequeño y cuadrado con un pared enteramente dedicada a mostrar novedades editoriales locales de la propia Deux, y de otras, como Domus, Thalos y hasta Ex Abrupto. A un lado una mesa despliega posters para manos ávidas. Al díptero no le interesan, jamás podría colgarlos, lo mismo que no podría clavarse esos pins sin caer redonda al piso. Pero a los empleados del stand, en cambio, no les alcanzan las manos para venderlos y reponerlos. Llegan los chicos, los padres, los abuelos. A 3×10 fluyen.
Entonces se vende un Hate, de Peter Bagge, y la mosca alcanza a escuchar al vendedor, quien comenta en confianza a un amigo: «estas cosas me salvan, sino vender pins todo el día me quemaría la cabeza». El empleado sigue con su relato «hace un rato vino un tipo preguntando por la SudameriK, porque se «enganchó» con ella durante el saldo de Av. Corrientes». Hora de seguir el recorrido, piensa ella, antes de someterse a una discusión estéril más sobre librerías, saldos e historietas. (more…)